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La llama: productor de imagenes, productor de imaginación



La llama de una vela[1]

Gaston Bachelard 1884-1962


Entre todas las imágenes, las de la llama – tanto las ingenuas como las traviesas- llevan una señal de poesía. Todo soñador de llama es un poeta en potencia. Todo sueño ante la llama es un sueño de asombro. Todo soñador de llama está en estado de sueño originario. Este extrañamiento primero está enraizado con nuestro lejano pasado. Tenemos para la llama una natural admiración, diríamos: una admiración innata. La llama produce una acentuación de placer de ver más allá de lo siempre visto. Nos obliga a mirar.

La llama nos convoca a ver por primera vez: tenemos mil recuerdos de ella, soñamos en ella toda la personalidad de una remota memoria, y sin embargo soñamos con ella como todo el mundo, nos recordamos como todo el mundo se recuerda – mientras, según una de las leyes más constantes del sueño ante la llama, el soñador vive en un pasado que ya no es únicamente el suyo, en el pasado de los primeros fuegos del mundo-.



El pasado de las velas



Antaño, en un tiempo olvidado hasta por los sueños, la llama de una vela hacía pensar a los sabios, ofrecía mil sueños al filósofo solitario. Sobre su mesa, al lado de los objetos prisioneros de su forma, al lado de los libros que lentamente instruyen, la llama de la vela convoca pensamientos desmedidos, suscitaba imágenes sin límites. Para un soñador de mundos la llama era, entonces, un fenómeno del mundo. Se estudiaba el sistema del mundo en gruesos libros, y he aquí que una simple llama -¡oh paradoja del saber¡- viene a ofrecernos directamente su propio enigma. ¿En una llama no está, acaso, viviente el mundo? ¿No es una vida la llama? ¿No es ella el signo viviente de un ser íntimo, el signo de un poder secreto? ¿No contiene esta llama todas las contradicciones internas que dan dinamismo a una metafísica elemental? ¿Por qué buscar dialécticas de ideas cuando se tiene, en el corazón de un simple fenómeno, dialécticas de hechos, dialécticas de seres? La llama es un ser sin masa, y sin embargo es un ser fuerte.

¡Qué inmenso campo de metáforas deberíamos examinar si quisiéramos, en un desdoblamiento de imágenes que unen la vida y la llama, escribir una “psicología” de las llamas al mismo tiempo que una “física” de los fuegos de la vida! ¿Metáforas? En aquellos tiempos del lejano saber en que la llama hacía pensar a los sabios, las metáforas eran pensamiento.


[1] BASCHELARD, Gaston. La llama de una vela. Gola, Hugo (trad) Señal que cabalgamos. No 75, Año 6. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2007, p. 9-10,21.


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