“La llama es, entre los objetos del mundo
que convocan al sueño, uno de los más
grandes productores de imágenes.
La llama nos obliga a imaginar”
Gaston Bachelard, La llama de una vela, 2007, p. 8.
Gaston Bachelard, filósofo de las ciencias y filósofo de la expresión
literaria, hombre de la doble vida: en el día trabajaba los conceptos, las
ideas y los problemas científicos y en la noche
las imágenes; como científico, epistemólogo
e historiador de las ciencias es reconocida su aportación en lo que respecta a
las nociones de “espíritu científico”, “obstáculo epistemológico” y “ruptura
epistemológica”, además de su marcado interés por los problemas del
racionalismo científico, tal como lo muestran obras como Essai sur la connaisance approchée (1927), El nuevo espíritu científico (1934), La formación del espíritu científico (1938), La filosofía del no (1940), El racionalismo aplicado (1949), La actividad racionalista de la física
contemporánea (1951) y El materialismo racional (1953) entre
otras. Como filósofo de la ensoñación su producción se centró en la creación
poética y la imaginación, como se aprecia en las obras El psicoanálisis del fuego (1938), El agua y los sueños (1942), El
aire y los sueños (1943), La poética
del espacio (1957), La llama de una
vela (1961) y el escrito póstumo Fragmentos
para una poética del fuego (1988).
Si bien en la perspectiva del epistemólogo, cuando éste se propone
hacer un “psicoanálisis del conocimiento objetivo”, es decir, cuando busca detectar la acción de
imágenes y valores inconscientes en el espíritu científico, el encuentro de
arquetipos del inconsciente pone en evidencia que éstos no son sino obstáculos en el desarrollo mismo de las
ciencias, tal como ocurre en el caso de la alquimia, la cual no constituye de
ninguna manera una etapa en el desarrollo de la química[1]. Sucede
todo lo contrario cuando esta misma empresa se traslada a la búsqueda de
arquetipos en los orígenes de las imágenes poéticas (“psicoanálisis de la
imaginación”). La imagen poética deviene
en esta medida en la vía de acceso a un concepto fundamental en la poética
bachelardiana: la imaginación en
tanto aceleradora del psiquismo humano o “excitación directa del devenir
psíquico”.
En esta perspectiva valdría la pena hacer una breve exploración de lo
que entiende Bachelard por imaginación, imagen e imaginario, de manera que sea
posible establecer algunas vías de acceso distintas a la filosofía poética de
la ensoñación a partir de la posible
comprensión de la imagen literaria en su estrecha relación con una estética
concreta, tal como la denomina el filósofo francés. No sin antes advertir que
como ejercicio preliminar el presente escrito supone la delimitación del tema y
la explicitación de algunas de las tesis fundamentales que permitirían aseverar
semejante intuición y no un trabajo definitivo y conclusivo dada la profusa
obra poética del autor.
La imaginación
Más que la facultad de formar
las imágenes, la imaginación es entendida como “facultad de deformar las imágenes suministradas por
la percepción y, sobre todo, la facultad de librarnos de las imágenes primeras,
de cambiar las imágenes”[2].
De ahí que el autor afirme que sin cambio de imágenes no hay imaginación, es
más, no hay acción imaginante. Dado
el carácter dinámico de la imaginación y de la movilidad de sus imágenes Bachelard no duda en proponer una
psicología de la imaginación que se ocupe de la constitución de las imágenes, de su movilidad. Psicología apelada y
no de manera accidental pues “percibir e imaginar son antitéticos como
presencia y ausencia. Imaginar es ausentarse, es lanzarse hacia una vida nueva”[3].
En últimas subyace en la comprensión de la imaginación su marcado carácter como
“acelerador” del psiquismo humano. Ante
la incomprensión del estado fluídico del psiquismo imaginante, la imaginación
es interpelada como “un más allá psicológico” que comporta la inmanencia de lo
imaginario en lo real.
Ahora bien, no basta para el autor indicar lo dicho anteriormente para
subsanar el detrimento de la imaginación en la tradición, se hace necesario
ahora distinguir dos tipos de imaginación: una imaginación formal que como su nombre lo indica obedece a una causa
formal, es decir, a un principio activo que determina la materia para que sea algo
concreto; la forma en esta medida
procura una belleza perceptible en los objetos materiales: “es necesario
que una cosa sentimental, íntima, se convierta en una causa formal para que la
obra tenga la variedad del verbo, la vida cambiante de la luz”[4]. Por
otra parte, una imaginación material,
elemento visible e invisible que funge como substrato de los entes, imaginación
íntima de las fuerzas vegetantes y materiales no abstractas, sino imaginales
pero no por ello no reales pues se hallan en la raíz misma de la psiquis
humana.
Si bien es posible determinar el carácter formal y material de
las fuerzas imaginantes en una obra, es imposible separarlas por completo. No
obstante, la tarea de un “psicoanálisis de la imaginación” que se asuma como
tal, será la de desentrañar la raíz misma de la fuerza imaginante material
siempre presente en la expresión literaria. De manera que expresiones como
“poética materialista”, “ensoñación materializante” y “ensoñación cósmica” son
empleadas por Bachelard para indicar y demostrar cómo la poética está
estructurada por los cuatro elementos tradicionales, los cuales son su punto de
partida para el estudio y análisis de la imaginación literaria.
En El psicoanálisis del
fuego el filósofo de la poética propone marcar los diferentes tipos de
imaginación mediante el signo de los elementos
materiales que han inspirado tanto a las filosofías tradicionales como a
las cosmologías antiguas. En el reino de la imaginación, Bachelard establece
una ley de los cuatro elementos que
clasifica las diversas imaginaciones materiales según se vinculan al fuego, al
aire, al agua o a la tierra. Es fundamental que toda poética reciba componentes
de esencia material, estos son “las hormonas de la imaginación”[1] al
ejercer una acción directa sobre la creación artística.
Empleados como métodos poéticos y psicoanalíticos de
aproximación a textos literarios, para examinar detalladamente imágenes
imaginadas, Bachelard encuentra una gran correspondencia entre los mentados elementos
y poetas o corrientes literarias precisas:
Para el fuego:
Heráclito, Empedocles, Novalis, Hölderlin, Hoffmann, y el Werther
de Goethe.
Para el agua: Edgar Allan Poe.
Para el aire: Nietzsche.
Señala el
profesor Víctor Florián[2]
que todo este examen minucioso de las imágenes mediante elementos materiales
desemboca en la formulación de complejos en el marco de la fundación de una
“psicología de la creación literaria” o un “psicoanálisis cósmico” (Agua:
complejo de Ofelia, de Caronte de Jerjes, de Nausicaa, Aire: complejo de altura,
Fuego: complejo de Prometeo, de Empédocles, de Novalis, de Hoffman, Tierra:
complejo de Jonás, de Atlas, de Medusa, entre otros) ; se arriba, incluso, al
develamiento de vínculos arquetípicos entre las imágenes literarias y la
imaginación. Por ejemplo en el caso del
fuego el Fénix es el arquetipo de la imaginación del fuego, del fuego
interiorizado, fuego siempre presente desde antiguo en todos los poetas como
imagen que nace, muere y renace poéticamente.
No habría que olvidar que toda la empresa bachelardiana de
descubrir imágenes, arquetipos y símbolos en su estrecha relación con la imaginación
de los elementos –imaginación simbólica-
comporta cierta relación con los
trabajos de Carl Jung, Gilbert Durand y François Pire.
Lo imaginario
Para Bachelard en esta perspectiva “el vocablo fundamental que
corresponde a la imaginación no es imagen,
es imaginario. El valor de una
imagen se mide por la extensión de su aureola imaginaria. Gracias a lo imaginario, la imaginación es
esencialmente abierta, evasiva. Es
dentro del psiquismo humano la experiencia misma de la apertura, la experiencia
misma de su novedad”[3].
Lo imaginario supone entonces una fuente inagotable que suministra imágenes
pero se presenta como algo que siempre está más allá que ellas puesto que
responde a la necesidad esencial de novedad que caracteriza al psiquismo
humano.
La imagen, la imagen literaria,
imágenes de la forma, imágenes de la materia
De igual manera, una imagen que abandona su principio imaginario y se fija en una forma
definitiva y determinada deviene progresivamente en una percepción presente. Ya no suscita el sueño o el habla, simplemente
hace actuar al hombre: “una imagen estable y acabada corta las alas a la imaginación. No destrona de esa imaginación
soñadora que no se encierra en ninguna imagen y a la que podríamos llamar por
eso imaginación sin imágenes, lo mismo
que reconocemos un pensamiento sin
imágenes”[4]. En esta perspectiva
Bachelard distingue dos tipos de imágenes: unas imágenes constituidas en reposo,
las cuales devienen en palabras concretas con escaso poder imaginario, por
ejemplo las imágenes de flores, abundantes en el herbario de los poetas; otras
imágenes, las literarias, completamente
nuevas, se hallan vívidamente en el lenguaje literario haciendo que la palabra,
el verbo y la literatura asciendan a la jerarquía de la imaginación creadora:
“el pensamiento, al expresarse en una imagen nueva, se enriquece enriqueciendo
la lengua. El ser se hace palabra. La palabra aparece en la cima síquica del
ser. Se revela como devenir inmediato del psiquismo humano”[5].
Por otra parte, así como Bachelard distingue dos tipos de imaginación,
una formal y otra material, partiendo de la misma distinción postula unas
imágenes de la forma y particularmente centra su atención en las imágenes directas de la materia: “la
vista las nombra, pero la mano las conoce (…) soñamos esas imágenes de la
materia, sustancialmente, íntimamente, apartando las formas, las formas
perecederas, las vanas imágenes, el devenir de las superficies. Tienen un peso
y tienen un corazón”[6].
Para el autor la imagen reducida a su forma es “un concepto poético” que
asociándose a otras imágenes del exterior configura una continuidad de imágenes en tanto elemento necesario de la imaginación material.
Estética concreta
Si se tienen en cuenta los elementos anteriormente enunciados no es
difícil entonces entender por qué se intuye que Bachelard configura en su
filosofía poética toda una estética concreta de corte materialista, tal como lo
expresa en el prologo de La llama de una
vela: “confiamos obtener una estética
concreta, una estética que no estuviera perturbada por las polémicas de
filósofos ni racionalizada por fáciles ideas generales. La llama, la llama
sola, puede concretar el ser de todas sus imágenes, el ser de todos sus
fantasmas”[7]. De manera que dicha estética concreta
propugna por aislar todos los sufijos de la belleza formal, detrás de las
imágenes que se muestran pretende hallar la raíz misma de la fuerza imaginante.
Le sorprende a Bachelard la carencia de una causa material en la
filosofía estética tradicional “Por qué se une siempre la noción de individuo a
la noción de forma? ¿no existe, acaso, una individualidad que hace que la
materia, en sus parcelas más pequeñas, sea siempre una totalidad?”[8]. En
dicha perspectiva de profundidad, el filósofo de la ensoñación piensa la
materia como un “principio que puede desinteresarse de las formas”. Principio
clave para entender una posible propuesta estética en términos de lo concreto
pero fuertemente arraigada en el psiquismo humano y su capacidad simbólica,
principio, incluso, de carácter propedéutico pues “la meditación de una materia
educa a una imaginación abierta”[9].
Es tal el arraigo de la imagen a la materia que “muchas imágenes
intentadas no pueden vivir porque son simples juegos formales, porque no están
verdaderamente adaptadas a la materia que deben adornar (…) las imágenes
poéticas tienen, también ellas, una materia”[10].
Bibliografía
Bachelard, Gaston. El
materialismo racional.
_______________. El agua y los
sueños. Ensayo sobre la imaginación de la materia. México: Fondo de Cultura
Económica. 1978,
_______________.El aire y los
sueños. Ensayo sobre la imaginación
del movimiento. México: Fondo de Cultura Económica. 1985.
_______________.La llama de una
vela. Señal que cabalgamos No 75 año 6. Bogotá: Facultad de Ciencias
Humanas, Universidad Nacional de Colombia, 2007.
_______________.Psicoanálisis
del fuego. Madrid: Alianza, 1966.
Florián, Víctor. “imaginación y metáfora en Bachelard” en: Ideas y valores. No 64-65, (agosto,
1984), p. 117-127.
Por Fernando Alba, Universidad de San Buenaventura, Sede
Bogotá, email: nelsonalba@hotmail.com.
Poco después de escribir esta breve nota encontré
en la Internet la referencia a un estudio sobre la estética en Bachelard: Puelles, Luís La estética en Gaston Bachelard: una filosofía de la imaginación creadora,
Verbum: Madrid, 2002.
[1]
Bachelard. El aire y los sueños.
Op.cit. p. 22.
[2]
Cfr Florían, Víctor. “Introducción” en Bachelard. G. La llama de una vela. Señal que cabalgamos No 75 año 6. Bogotá:
Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Colombia, 2007, p. 6.
[3]
Ibíd., p. 9.
[4] Ibíd., p. 10.
[5] Ibíd., p. 11.
[6] Bachelard. El agua y los sueños. Op. Cit. P. 8.
[7]
Bachelard. G. La llama de una vela.
Señal que cabalgamos No 75 año 6. Bogotá: Facultad de Ciencias Humanas,
Universidad Nacional de Colombia, 2007, p. 11.
[8]
Bachelard. El agua y los sueños. Op.
Cit. P. 9.
[9]
Ibíd., p. 10.
[10]
Ibíd.,