|
Différance
Notas y reflexiones sobre filosofía francesa contemporánea
sábado, 19 de noviembre de 2016
La sociedad punitiva. Curso en el College de France
Etiquetas:
Filosofía francesa contemporánea,
Foucault,
sociedad punitiva
lunes, 11 de abril de 2016
Para una refundación de las prácticas sociales
Félix Guattari
La
rutina de la vida diaria y la banalidad del
mundo tal como nos lo presentan los medios de comunicación, nos rodean
de una atmósfera reconfortante en la
que todo deja de tener verdadera importancia.
Nos tapamos los ojos; nos obligamos a no pensar en el paso de nuestros tiempos,
que velozmente deja atrás nuestro pasado conocido, que borra formas de ser y de vivir que aún están frescas en nuestra mente
y emplasta nuestro
futuro en un horizonte
opaco cargado de
densas nubes y miasmas. Dependemos
aún más que nunca de la garantía
de que nada está asegurado. La desintegración
de una de ellas ha desestabilizado el equilibrio de las dos "superpotencias" de ayer, que durante tanto
tiempo se apuntalaron la una a la otra. Los países de la antigua Unión
Soviética y de Europa del este se han
visto arrastradas a un drama sin solución
aparente. Los Estados Unidos, por su
parte, no se han salvado de las
violentas turbulencias de la
civilización, como hemos visto en Los Ángeles.
Los países del Tercer Mundo aún no se
han sacudido la parálisis de encima: África, en especial, está estancada en un
atroz tiempo muerto. Los desastres ecológicos, el hambre, el desempleo, el
aumento del racismo y la xenofobia plagan,
como tantas otras amenazas este fin
de milenio. Al mismo tiempo, la ciencia y la tecnología han evolucionado a una
extrema velocidad, facilitando al hombre
los medios para resolver
prácticamente todos sus problemas materiales. Pero la humanidad no ha sacado
partido de estos medios, y sigue
perpleja, impotente ante los
retos a los
que se enfrenta. Contribuye pasivamente a la contaminación del agua y del
aire, a la destrucción de los
bosques, al cambio
climático, a la
desaparición de una
gran cantidad de especies, al empobrecimiento del capital genético de la biosfera, a la destrucción de
los paisajes naturales, a la asfixia
en que viven sus ciudades
y al progresivo abandono de los valores
culturales y de las referencias morales
acerca de la solidaridad y la fraternidad... La humanidad parece haber perdido
la cabeza o, más específicamente, la cabeza ya no trabaja en sintonía con el
cuerpo. ¿Cómo puede la humanidad encontrar la brújula para reorientarse dentro
de una modernidad cuya complejidad le sobrecoge?
Meditar
sobre esta complejidad, renunciar, en particular, al enfoque reductivo
del cientificismo cuando lo que
hace falta es cuestionar sus prejuicios e intereses
a corto plazo: esta es la
perspectiva necesaria para
entrar en esa
era que he definido como
"post-media", en un momento
en el que todas las grandes
revoluciones contemporáneas, positivas y negativas están siendo juzgadas de
acuerdo con la información que se filtra por la
industria de los medios de masas, que retiene sólo una descripción del evento
[le petit coté événementiel] y nunca plantea
lo que está en juego en toda su complejidad.
Es cierto que es difícil conseguir que las personas
salgan de sí mismas, se olviden
de sus preocupaciones más inmediatas y reflexionen sobre el presente y el futuro del mundo. Le faltan motivaciones colectivas para hacerlo. Casi todos los medios antiguos de comunicación, de reflexión y de
diálogo se han disuelto en favor de un
individualismo y una soledad a
menudo equiparables a ansiedad y
neurosis. Por eso yo abogo por la invención -bajo los auspicios de una nueva confluencia de la ecología medioambiental, la ecología social y la
ecología mental- de un nuevo montaje colectivo de
enunciados en lo que se refiere a la
familia, al colegio, al barrio, etc...
El
funcionamiento de los
medios de masas actuales,
y de la
televisión en particular, es
contraria a esta perspectiva. El
telespectador permanece pasivo frente a la pantalla, preso de una relación semihipnótica, aislado del otro,
vacío de consciencia de responsabilidad.
Sin embargo, esta situación no ha de durar indefinidamente. La evolución tecnológica introducirá
nuevas posibilidades de interacción
entre el medio y su usuario y entre los usuarios mismos. La confluencia de la pantalla audiovisual,
la pantalla telemática y la pantalla de ordenador podría llevar a una auténtica revigorización de una inteligencia y una sensibilidad
colectivas. La ecuación que rige actualmente (medios=pasividad)
puede desaparecer más rápidamente de lo que pensamos. Evidentemente,
no podemos esperar un milagro de estas tecnologías: todo dependerá, en último instancia, de la capacidad de los grupos de gente para hacerse con ellos y aplicarlos a fines apropiados.
La constitución de grandes mercados económicos y espacios políticos
homogéneos, del tipo en que se están convirtiendo
Europa y occidente, tendrá, de modo similar, un impacto en nuestra forma de ver el mundo. Pero estos factores gravitan en direcciones opuestas, de tal
modo que el resultado dependerá de la evolución de las relaciones de poder entre los distintos grupos sociales, que, debemos tener en cuenta, aún no se han definido. A medida que se
acentúa el antagonismo industrial y
económico entre los Estados Unidos, Japón y Europa, la disminución en los costes de producción, la evolución de la
productividad y la conquista del "mercado de valores" serán objetivos cada
vez más elevados, que producirán un
aumento en el desempleo
estructural y un dualismo social cada vez más acentuado en las ciudadelas capitalistas. Esto sin mencionar
su ruptura con
el Tercer Mundo, que dará un giro cada vez más violento y trágico como
consecuencia del crecimiento de la población.
Por otra
parte, el asentamiento de
estos grandes ejes
de poder sin
duda contribuirá a que se
instituya una regulación
-podríamos llamarla "orden planetario"- de naturaleza geopolítica y ecológica. Al favorecer la aplicación de grandes cantidades de recursos para fines de investigación o programas humanitarios y ecológicos, la
presencia de estos ejes podría desempeñar
un papel determinante en el futuro de
la humanidad. Pero a la vez sería
inmoral y poco realista aceptar que la actual,
casi maniquea división entre ricos y pobres,
débiles y poderosos, crecerá indefinidamente. Desgraciadamente fue desde esta
perspectiva desde la que, sin duda sin darse cuenta,
los firmantes del llamado Heidelberg Appeal (presentado
en la conferencia de Río) promulgaron
la idea de que todas las decisiones fundamentales de la humanidad
en cuestión de ecología deben depender de las iniciativas de las élites científicas (véase, en Le Monde Diplomatique, la
editorial de Ignacio Ramonet, de julio de 1992, y el artículo de
Jean-Marc Lévy-Leblond, de
agosto de 1992).
Este es el
resultado de una increíble miopía cientificista.
En efecto, ¿Cómo podemos no darnos
cuenta de que una parte esencial de
los riesgos ecológicos que corre
el planeta surgen de esa división en la subjetividad
colectiva entre ricos y pobres? Los
científicos deben encontrar su lugar
dentro de una
nueva democracia internacional
que ellos mismos deben promover.
¡Y con esto no pretendo avivar ese
mito del científico omnipotente que les impulsa
por el camino!
¿Cómo podemos
volver a conectar
la cabeza
y el cuerpo?
¿Cómo podemos combinar la ciencia
y la tecnología con los valores humanos?
¿Cómo podemos ponernos de acuerdo sobre proyectos comunes respetando a la vez la
singularidad de las posturas individuales? En el actual clima de impasividad, ¿con qué medios podemos provocar un despertar de las masas, un nuevo renacimiento? ¿Será el temor a una catástrofe provocación
suficiente? Los accidentes ecológicos como
el de Chernobyl,
sin duda han
provocado una reacción de la
opinión pública. Pero no es sólo cuestión
de blandir amenazas; es necesario
avanzar hacia logros de orden práctico. También hay que tener en
cuenta que el miedo en sí puede ejercer
poder de fascinación. El presentimiento
de una catástrofe puede despertar el deseo
subconsciente de que ésta se produzca, el anhelo de la nada, el instinto
de destruir. Fue así como durante el
nazismo las masas de alemanes
vivieron atrapadas en la fantasía del fin del mundo asociada a una redención mítica
de la humanidad. El énfasis debe
estar, sobre todo, en
la reconstrucción de un
diálogo colectivo capaz
de producir prácticas innovadoras.
Sin un cambio de
mentalidad, sin entrar
en la era postmedia, no puede haber un control duradero del entorno. Sin embargo,
sin modificaciones en el entorno social y material, no puede haber un cambio en las mentalidades.
Nos encontramos ante un círculo que me lleva a postular la necesidad de fundar una "ecosofía"
que enlace la ecología medioambiental con la
ecología social y mental.
Desde esta perspectiva ecosófica, no se plantearía la posibilidad de reconstruir
una ideología hegemónica, como lo fueron las principales religiones y el marxismo. Es absurdo, por ejemplo, que el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial defiendan la
propagación de un único modelo de crecimiento para el tercer mundo.
África, América Latina y Asia deben poder seguir diferentes caminos
socioculturales hacia el desarrollo.
El mercado mundial
no tiene que
dirigir la
producción de todos los
grupos humanos en nombre
del crecimiento universal. El crecimiento capitalista no deja de
ser puramente cuantitativo, mientras que un crecimiento complejo se ocuparía
esencialmente de lo cualitativo. No es ni la hegemonía
del Estado (como aparece en el socialismo burocrático) ni la del mercado mundial (bajo la bandera de las ideologías neo liberales) la que debe dictar el futuro de las actividades humanas
y sus objetivos esenciales. Es, por tanto, necesario poner en marcha un diálogo
planetario y promover una nueva ética de la diferencia que sustituya los poderes capitalistas actuales por una política
basada en los deseos de las personas.
Pero, ¿no nos llevaría
esto al caos? A esta pregunta mi respuesta sería que la
trascendencia del poder ya lleva, en
todo caso, al caos, como demuestra la
crisis actual. ¡En todo caso, el caos democrático
es mejor que el caos producto del
autoritarismo!
Ni
el individuo ni el grupo pueden evitar un salto existencial al caos. Esto es lo que hacemos cada noche al vagar al mundo de los sueños.
La pregunta fundamental es saber qué ganamos con este salto: ¿un sentimiento de desastre o el descubrimiento de nuevos contornos de lo posible? ¿Quién controla
el caos capitalista actual? ¡El mercado de valores, las multinacionales y,
en menor grado, los poderes del Estado! ¡En su mayor parte, organizaciones
descerebradas! La existencia de un mercado mundial es sin duda indispensable para la estructuración de
las relaciones económicas internacionales. Pero no podemos esperar que este
mercado milagrosamente regule el intercambio entre seres humanos en
este planeta. El mercado inmobiliario
contribuye al desorden en nuestras
ciudades. El mercado del arte pervierte
la creación estética. Es por tanto de esencial importancia que, junto con el
mercado capitalista,
aparezcan mercados territorializados que dependan del apoyo de
formaciones substanciales, que reafirmen su modelo de valorización. Del caos capitalista
debe surgir lo que yo llamo los "imanes" de valores: valores
diversos, heterogéneos y disensuales
[dissensuelle].
Los marxistas
basaron el movimiento histórico en la necesidad
de una progresión dialéctica fundamental
de la lucha de clases. Los economistas liberales confían ciegamente en que el mercado
libre resolverá las tensiones y las diferencias y dará lugar al mejor de los mundos. Y sin embargo, los hechos
confirman (si es que hacen falta
pruebas) que el progreso no está mecánica ni dialécticamente relacionado con la lucha de clases, con el desarrollo de la ciencia
y la tecnología, con el crecimiento
económico ni con el
mercado libre... Crecimiento
no es sinónimo de progreso, como
demuestra cruelmente el bárbaro
resurgir de enfrentamientos sociales y urbanos,
de conflictos interraciales y
tensiones económicas mundiales.
El progreso
social y moral no se puede disociar de las prácticas
colectivas e individuales que le anteceden. El nazismo y el fascismo
no fueron males temporales, no
fueron accidentes históricos que con el tiempo se superaron. Constituyen
potencialidades que siempre están
presentes; siguen
poblando nuestro universo virtual: el estalinismo de los gulags, el despotismo maoísta, todo
esto puede reaparecer mañana en nuevos contextos. Un microfascismo de varias caras prolifera en nuestras
sociedades y se manifiesta
en el racismo, la xenofobia, la
fiebre del fundamentalismo religioso, el militarismo,
la opresión de la mujer. La historia no garantiza el tránsito irreversible por las "fronteras progresivas". Sólo las
prácticas humanas -el voluntarismo
colectivo- pueden protegernos de caer
en aún peores barbaridades. En este sentido, sería completamente ilusorio ponernos en manos de los imperativos
formales para la defensa de los
"derechos del hombre" o de los "derechos de las gentes". Los derechos no los garantiza una autoridaddivina, dependen de la vitalidad de las instituciones y formaciones de poder que alimentan su existencia.
Una
condición fundamental para conseguir fomentar con éxito una nueva conciencia planetaria se apoyaría, por tanto, en nuestra capacidad colectiva para la creación de sistemas de valores que se escapen
de la laminación moral, psicológica y
social de la valorización capitalista,
que sólo está enfocada al beneficio económico. La alegría de vivir, la solidaridad y la compasión hacia otros son sentimientos que están al
borde de la extinción y deben ser protegidos, reavivados e impulsados en nuevas direcciones. Los valores éticos y estéticos no nacen de los imperativos ni de los códigos trascendentales. Exigen una participación existencial basada en una inmanencia que debe reconquistarse
continuamente. ¿Cómo creamos o
expandimos un universo de valores de
estas características? Desde luego no renunciando a las lecciones
morales.
El
poder de sugestión de la teoría de la información ha contribuido a ocultar la importancia de las dimensiones enunciativas de la comunicación. Nos lleva a olvidarnos de que, para
que un mensaje tenga significado, debe ser recibido, no sólo
transmitido. La información no se puede
reducir a sus manifestaciones objetivas, es esencialmente, la producción de
subjetividad, el proceso en que los
universos incorpóreos adquieren consistencia
[prise de consistance]. Estos elementos no pueden ser reducidos a un análisis en términos de improbabilidad ni
calculados sobre la base de las elecciones binarias.
La verdad de la información hace referencia a un acontecimiento existencial que tiene lugar dentro de quienes la
reciben. Su registro no es de datos exactos, sino de la importancia de un
problema, de la consistencia de un universo de valores. La actual crisis de los
medios y la entrada en una era postmedia son
los síntomas de una crisis mucho más profunda.
Lo que quiero subrayar es el carácter fundamentalmente pluralista, plurinuclear y heterogéneo de la subjetividad contemporánea, a pesar de la homogeneización a la que está
sometida por parte de los medios de masas. En este sentido,
una persona ya constituye un "colectivo" de componentes
heterogéneos. Un fenómeno subjetivo
hace referencia a territorios personales
(el cuerpo, el ser) pero, al mismo
tiempo, a territorios colectivos (la familia,
la comunidad, el grupo étnico). Y a eso deben añadírsele todos los procesos de subjetivación encarnados
en el habla, la escritura, la informática y la tecnología.
En las sociedades precapitalistas, la iniciación a
las cosas de la vida y a los misterios del mundo se transmitía a
través de las relaciones entre
miembros de la familia, de la misma
generación, de clanes, de gremios,
a través de relaciones
rituales, etc... Este tipo de intercambio directo entre individuos se ha ido haciendo
cada vez menos frecuente. La subjetividad
se forja a través de mediaciones múltiples, mientras que las relaciones
individuales entre generaciones, sexos
y grupos afines se han debilitado. Por ejemplo,
el papel desempeñado por los abuelos como fuente de memoria intergeneracional para los niños en muchos casos ha desaparecido. El niño se desarrolla a la sombra de la televisión, de los juegos de ordenador, de las telecomunicaciones, de los
cómics... Esta naciendo una nueva
soledad de la máquina que, sin estar
exenta de mérito, debe transformarse continuamente para adaptarse a los renovados patrones sociales. Más que de relaciones de oposición se trata de forjar un enramado polifónico entre el individuo
y lo social.
Aún está por componer de
este modo una música subjetiva.
La
nueva conciencia planetaria deberá
replantearse el maquinismo. A menudo
seguimos considerando la máquina y el
espíritu humano como términos opuestos. Algunos filósofos mantienen que la tecnología moderna nos ha cerrado el acceso
a nuestros cimientos ontológicos, a
nuestro ser primordial. ¿Y si,
por el contrario, una vuelta al espíritu y a los valores humanos fuera de la mano de una nueva alianza con las máquinas?
Los
biólogos asocian la vida con un nuevo
enfoque al maquinismo relacionado con
la célula y los órganos del cuerpo,
los lingüistas, los matemáticos y los sociólogos exploran otras modalidades
de maquinismo. Ampliando así el concepto de máquina, subrayamos algunos de sus aspectos, hasta la fecha poco analizados. Las máquinas no son totalidades
encerradas en sí mismas. Mantienen relaciones determinadas con una exterioridad espacio temporal,
así como con universos de signos y
campos de virtualidad. La relación entre
el interior y el exterior de un sistema
mecánico no es
sólo el resultado del consumo
de energía, de la
producción de un objeto: se manifiesta igualmente
a través de filos (phylums)(2)
genéticos. Una máquina sale a la
superficie del presente como culminación
de una estirpe anterior, y es el punto de partida o de ruptura
desde el que se desarrollará una estirpe evolucionaría en el futuro. Explicar cómo
surgen estas genealogías y campos de alteridad es complejo. Están continuamente siendo transformadas por las fuerzas creativas
de las ciencias, las artes, las transformaciones sociales, que
se entrelazan y constituyen una
mecanoesfera que rodea nuestra
bioesfera -no como el yugo
restrictivo de una armadura externa,
sino como eflorescencia mecánica abstracta que explora
el futuro de la humanidad.
La vida del ser humano se sacrifica, por ejemplo, en una carrera contra el
retrovirus del sida. Las ciencias biológicas y la tecnología médica deberán ganar la batalla contra
esta enfermedad o, al final, la especie humana será eliminada. De modo similar, la inteligencia y la sensibilidad han sufrido una mutación total
como resultado de la nueva tecnología informática, que se infiltra cada vez más en las fuerzas
motivadoras de la sensibilidad, de los actos y de la inteligencia. Actualmente estamos siendo
testigos de una mutación de la subjetividad que quizás sobrepase en importancia a la invención de la escritura
o de la imprenta.
La humanidad debe someterse al
matrimonio entre la razón, el
sentimiento y las múltiples manifestaciones del maquinismo, o se arriesga a sumirse en el caos.
Una renovación de la democracia
podría tener como objetivo una gestión
pluralista de sus componentes maquinistas.
De esta manera, la justicia y la
legislación forjarían nuevos vínculos con el mundo de la tecnología y la investigación (este ya es el caso con las comisiones que investigan los problemas éticos surgidos de la biología y la medicina
contemporánea, pero debemos también
crear comisiones que investiguen el aspecto ético de los medios, del urbanismo, de la educación).
Es necesario, en suma, delinear
de nuevo las auténticas entidades existenciales de nuestra época, que ya no se corresponden con los que existían
hace tan solo unas pocas décadas. Lo
individual, lo social y
lo mecánico se superponen, al igual que la justicia, la ética, la estética y la
política. Se está produciendo un
importante cambio en los objetivos: valores como la resingularización de la existencia, la
responsabilidad ecológica y la creatividad
mecánica están siendo llamadas a constituir el centro de una nueva polaridad
progresiva que sustituya la antigua
dicotomía derecha-izquierda.
La
maquinaria de producción
que se encuentra en
la base de la
economía mundial comulga de
manera nunca vista con las llamadas industrias líder.
No tiene en cuenta los otros sectores
que caen a la cuneta
porque no generan
beneficios de capital. La
democracia de las máquinas tendrá que
volver a equilibrar los actuales sistemas de valorización. Producir una ciudad
limpia, habitable, animada, plena de
interacción social, desarrollar una
medicina humana y efectiva
y una educación enriquecedora son
objetivos tan dignos como los de la
línea de producción de automóviles o los de un equipo electrónico de alto rendimiento.
Las
máquinas de hoy en día - tecnológicas, científicas, sociales
- son capaces
potencialmente de alimentar, vestir,
transportar y educar a todos los seres
humanos: los medios están disponibles, a nuestro alcance,
para mantener con vida
a los 10 billones
de habitantes de este
planeta. Son los
sistemas de motivación para la
producción y distribución justa de
productos los que no dan la talla. La participación en la consecución de un bienestar material y moral,
en una ecología social y mental, debería valorarse al mismo nivel que el trabajo en
sectores líder o en especulación financiera.
La naturaleza misma del trabajo es la que ha cambiado como resultado de la
prevalencia, siempre en aumento, de los aspectos no materiales de su fórmula: conocimiento, deseo,
gusto estético, preocupaciones ecologistas. La
actividad física y mental del hombre se encuentra cada vez unida a los
aparatos técnicos, informáticos y de comunicación. En este sentido,
las concepciones de Ford o Taylor
sobre cómo organizar
los centros industriales y sobre la ergonomía han
sido superados. En el futuro será cada
vez más necesario apelar a la iniciativa
individual y colectiva, en
todas las fases de producción y
distribución (e incluso de consumo). La constitución de un nuevo paisaje de articulación colectiva
del trabajo
- en
particular el que
resulta del papel predominante
de la telemática,
la informática y la robótica - pondrá en tela de juicio las antiguas
estructuras jerárquicas y, como consecuencia,
llamará a una revisión de las actuales normas salariales.
Reflexionemos acerca de la crisis agrícola que se vive en los países desarrollados. Es legítimo que los
mercados agrícolas se abran al tercer mundo, donde las condiciones
climáticas y de productividad son a menudo más aptas para la producción agrícola que las de los países situados
más al norte. Pero, ¿significa esto que los agricultores
americanos, europeos y japoneses
deban abandonar el campo y migrar a
las ciudades? Por el contrario, es
necesario redefinir la agricultura y la ganadería
en estos países con el fin de valorar adecuadamente
sus aspectos ecológicos y conservar el medioambiente. Bosques,
montañas, ríos, costas, todo ello constituye
un capital no capitalista, una inversión cualitativa que debe aportar un beneficio
y debe volver a valorizarse continuamente, lo que implica, en
particular, un replanteamiento radical
de la posición que ocupan el
agricultor y el pescador.
Lo
mismo ocurre con las tareas domésticas: será necesario que los hombres y mujeres responsables de criar a los hijos –una tarea que no
deja de complicarse cada vez más- reciban una remuneración
adecuada. En general, una serie de
actividades "privadas" empezarían a ocupar su puesto en el nuevo sistema de valorización
económica que tendría en cuenta la diversidad
y la heterogeneidad de las actividades de una utilidad
social, estética
o éticamente.
Para
hacer posible un crecimiento de la clase
asalariada que contemple el gran
número de actividades sociales que están
pendientes de ser valoradas, los
economistas deberán quizás concebir
una renovación de los sistemas
monetarios actuales y de los sistemas de salarios. La coexistencia, por ejemplo, de divisas fuertes, que participen en
el juego de la competencia económica
mundial, con divisas protegidas, que no se cambien
y que se localicen en un espacio
social concreto, permitiría aliviar la pobreza extrema al distribuirse los bienes que surgen exclusivamente
de un mercado interno y haría posible
la proliferación de una gran gama de actividades sociales,
actividades que de este modo
perderían su imagen de aparente marginalidad.
Una
revisión tal de la división y
valorización del trabajo no implica necesariamente
una disminución indefinida de la jornada
laboral, ni adelantar la edad de
jubilación. Sin duda, el maquinismo tiende a liberalizar cada vez más el
"tiempo libre". Pero, libre ¿para qué?, ¿para dedicarse
a actividades de ocio prefabricadas?, ¿para quedarse pegado a la televisión? ¿Cuántos
jubilados no se
hunden en la desesperación y la depresión tras unos cuantos meses en su
nueva situación de inactividad? Paradójicamente, una redefinición ecosófica del
trabajo iría paralela a un aumento en el periodo
vital dedicado al
trabajo. Esto implicaría una hábil separación
del tiempo de trabajo dedicado al mercado
financiero, y del dedicado a una
economía de valores
sociales y mentales. Nos
podemos imaginar, por ejemplo, jubilaciones moduladas que permitieran
a los trabajadores, empleados y directivos que así lo deseasen
mantener algún vínculo con las actividades de sus compañeros,
especialmente con aquellas de carácter
social y cultural. ¿No es absurdo que sean rechazados
abruptamente justo cuando habían
adquirido el más amplio conocimiento acerca
de su campo de trabajo
y cuando podrían
resultar más útiles en el área de formación e investigación? La perspectiva de una reorganización social y cultural
de estas características llevaría naturalmente a una nueva relación transversal entre
los ensamblajes productivos y el
resto de la comunidad.
Ya se están llevando a cabo
programas experimentales con este
enfoque dentro del marco de los sindicatos. En Chile, por ejemplo, se da un nuevo
sindicalismo unido orgánicamente
a su entorno
social. Los militantes
del "sindicalismo
territorial" no sólo se ocupan de la defensa de los trabajadores pertenecientes
al sindicato, sino
también de las dificultades que viven
los desempleados, las mujeres y los niños del barrio donde
operan. Estos sindicatos participan en la organización
de
programas
pedagógicos y
culturales, y se interesan por problemas de salud, higiene, ecología y urbanismo. (Esta expansión del campo de competencia y de acción del trabajador no está bien vista por las fuerzas jerárquicas de la
maquinaria sindicalista tradicional).
En este país, los grupos en favor de
la "ecología de la jubilación" se dedican a la organización
cultural y relacional de los ancianos.
Es difícil,
si bien fundamental, dar vuelta
de hoja y
olvidarnos de
los viejos sistemas de referencia
basados en una ruptura de oposición entre izquierda y derecha, socialismo y
capitalismo, economía de mercado y
economía de planificación estatal… No se trata de crear un punto de referencia "centrista", equidistante
de ambos extremos, sino de disociarse de este modelo de sistema basado en una adhesión total, en un fundamento supuestamente
científico o en conceptos trascendentales judiciales y éticos dados
a priori. La opinión pública, ante las clases políticas, ha desarrollado una alergia a los discursos
programáticos, a los dogmas que no toleran la diversidad de opinión. Pero,
mientras el debate público y los mecanismos de debate no han renovado sus
formas de expresión, existe un gran
peligro de que se alejen cada vez más del
ejercicio de la democracia y se
acerquen a la pasividad de la abstención o al activismo de las facciones reaccionarias. Esto significa que
en una campaña política, no se trata tanto de conquistar el apoyo masivo
del público para una idea,
sino de ver cómo la opinión pública se
estructura en múltiples segmentos sociales vitales. La realidad ya no es una e indivisible.
Es plural y está marcada por líneas
de posibilidad que
la práctica humana
puede coger
al vuelo. Además
de la energía, la información y los nuevos materiales, el deseo de escoger y asumir un
riesgo se coloca en el núcleo de los nuevos retos
de la era de la máquina, sean
tecnológicos, sociales, teoréticos o estéticos.
Las "cartografías ecosóficas" que deben ser instituidas tendrán como particularidad que no sólo asumen las dimensiones del presente sino también las del futuro. Se
interesarán tanto por lo que la vida del ser
humano en la tierra será dentro de treinta años como por el sistema de transporte público de dentro de
tres. Estas cartografías llevan implícitas la responsabilidad de velar por las generaciones futuras, o lo que el filósofo Hans Jonas denomina "una ética de
responsabilidad"(3). Es inevitable que las decisiones que se hagan a largo plazo choquen con los
intereses a corto
plazo. Hay
que conseguir que
los grupos sociales afectados por estos problemas reflexionen
sobre ellos, modifiquen sus costumbres y sus coordenadas mentales,
que adopten nuevos valores y
postulen un significado humano para
las transformaciones tecnológicas del futuro. En una palabra, negociar
el presente en el nombre del
futuro.
No se trata, sin embargo,
de una cuestión de apoyarnos en visiones totalitarias y autoritarias de la historia, mesianismos que, en el nombre del
paraíso o del equilibrio ecológico, pretendan
gobernar la vida de todos y cada uno de nosotros.
Cada "cartografía" representa una particular perspectiva del mundo que, aun cuando sea adoptada por un gran
número de personas, siempre contendrá
un cierto elemento de incertidumbre en su seno. Este es, en
verdad, el más precioso capital, posible simiente de una auténtica
receptividad hacia los demás. La
receptividad ante la disparidad, la
singularidad, la marginalidad e incluso, la locura no surge sólo de los imperativos
de la tolerancia y la fraternidad, sino que constituye una preparación
esencial, una llamada permanente a
ese orden de incertidumbre y la eliminación de las fuerzas
del caos que siempre persiguen a
las estructuras dominantes, autosuficientes que
creen en su propia superioridad. Esta receptividad revolucionaría o restauraría
la dirección de estas estructuras
recargándolas con nueva potencialidad
activando a través de ellas nuevas
líneas de flujo creativo.
En medio de esta situación, se debe hallar
una llama de verdad, que fulmine mi
impaciencia por que los demás adopten mi punto de vista, y mi falta de buenas intenciones cuando intento forzar a otro a que acate mis deseos. No sólo debo
aceptar esta adversidad, debo de amarla por lo que es: debo buscarla, comunicarme con ella, sumirme en ella, aumentarla. Me sacará de mi narcisismo, de mi ceguera burocrática y me devolverá un sentimiento de finitud que toda la
subjetividad puerilizante de los medios de
masas intenta ocultar. La democracia ecosófica no se entregaría a lo fácil para
conseguir un acuerdo consensual: se dedicará a una metamodelación disensual. Con ella, la responsabilidad emerge del ser para transmitir al otro.
Sin
la defensa de esta subjetividad de la diferencia,
de lo atípico, de la utopía, nuestra época podría toparse con atroces conflictos de identidad como los que las
gentes de la antigua Yugoslavia están sufriendo. Sería inútil apelar a la moralidad y al respeto hacia los derechos. La subjetividad
desaparece en los valores vacíos del
beneficio y el poder. Rechazar la posición
que ocupan actualmente los medios, al mismo tiempo que se buscan nuevas formas de interactividad social para una creatividad institucional y un enriquecimiento de los valores ya sería un paso
importante hacia una renovación de las prácticas sociales.
[Traducción: Carolina
Díaz]
Notas
Este artículo
apareció bajo el título "Pour une refondation des pratiques
sociales" en Le Monde Diplomatique (Oct.
1992): 26-7.
1. Unas semanas antes de su súbito fallecimiento el 29 de agosto de 1992,
Félix Guattari nos envió
[a Le Monde Diplomatique] este texto.
Con el peso adicional que le confiere la triste desaparición del autor, esta ambiciosa
y amplia colección de reflexiones adquiere en
cierto modo el carácter de un
testamento filosófico..
2.
Los editores de Le Monde Dip. añaden
aquí una nota explicativa sobre el significado de filo
(phylum): estirpe primitiva de
la que surge
una serie genealógica.
3. Hans Jonas, Le Principe responsabilité. Une éthique pour
la civilisation technologique, traducido al francés por Jean Greisch (Paris: Editions
du Cerf,
1990). The Imperative
of Responsibility: In Search
of an Ethics
for the Technological Age, traducido por H. Jonas and D. Herr (Chicago:
University of Chicago Press, 1984).
Suscribirse a:
Entradas (Atom)